¿Puede Donald Trump, como él mismo afirma, “solucionar el problema” de Afganistán? Los analistas tienen sus dudas y señalan que la estrategia del presidente estadounidense apunta más bien a una guerra sin fin para los afganos.
El país, ya debilitado por décadas de conflictos, una corrupción endémica e instituciones débiles, se arriesga a sumirse un poco más en la violencia frente a los adversarios talibanes, advierten.
Eso sin tener en cuenta la posibilidad de que la presencia estadounidense se prolongue sine die, ya que Trump ha sido vago al hablar de cifras, de fechas o de la definición de la palabra “victoria” que tantas veces ha empleado.
“La estrategia consiste en adaptar los medios a los objetivos. Creo que se ha hablado mucho de los objetivos, pero no de los medios”, considera James Der Derian, del Centro de Estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Sídney.
En su opinión, “con la aplicación de esta política, va a haber muchas más víctimas civiles”.
Desdiciéndose de su promesa de campaña de “salir de Afganistán”, Trump abrió el lunes la vía al envío de miles de soldados suplementarios -hasta 3.900, según el Pentágono-, al tiempo que acentuó la presión sobre Pakistán, al que acusa de ser una guarida de “agentes del caos”.
En la actualidad hay unos 8.400 soldados estadounidenses en Afganistán, en el seno de una fuerza internacional de 13.500 efectivos que, fundamentalmente, aconseja a las fuerzas afganas, que cuentan por su parte con 190.000 hombres.
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Una salida precipitada de Afganistán dejaría un vacío que beneficiaría a los “terroristas” del Al Qaida o del grupo Estado Islámico, justifica el mandatario estadounidense.
Pero los analistas destacan que una diferencia de unos miles de soldados puede complicar la posición estadounidense.
“A menos que se quiera desplegar 300.000 soldados, no se puede llenar ese vacío. Es la dura realidad de Afganistán, de Irak, de las insurrecciones en general”, subraya el profesor Der Derian.
“Los talibanes han sobrevivido a cosas peores” que un refuerzo de unos 4.000 soldados, subraya.
Los insurgentes se apoyan en los importantes ingresos procedentes del opio, mientras que otros grupos rebeldes siguen ampliando su esfera de influencia.
El pasado febrero, apenas 60% de los 407 distritos afganos estaban controlados por el gobierno, según Sigar, un organismo norteamericano encargado de controlar la acción de Estados Unidos en Afganistán.
Los analistas se preguntan también sobre los criterios de Trump, que advirtió que su estrategia estaría guiada por “las condiciones sobre el terreno y no por calendarios arbitrarios”.
“Estados Unidos no ha definido esas condiciones”, señala Javid Ahmad, investigador para el sur de Asia en el Atlantic Council y en la academia militar de West Point.
– Aumento de la violencia –
Los expertos temen que al final el método Trump conduzca a un aumento del caos en Afganistán en perjuicio de los civiles, ya muy afectados.
El número de civiles muertos alcanzó un máximo desde el inicio de las estadísticas, en 2009. En el primer semestre de 2017, murieron 1.662 personas y más de 3.500 resultaron heridas, según la ONU.
Además, más de 2.500 militares y policías afganos perdieron la vida en las violencias de este año.
“Puede que los talibanes, sobre todo los más extremistas, reaccionen con ataques espectaculares en Kabul o Kandahar para lanzar el mensaje ‘Pueden enviar más tropas pero somos nosotros los que tenemos influencia en este momento'”, apunta Garth Pratten, profesor de la Universidad Nacional de Australia.
Los propios talibanes reaccionaron rápidamente al anuncio estadounidense y les prometieron un “nuevo cementerio” si se empeñan en seguir en el país.
La estrategia estadounidense apunta a una mayor presión militar para convencer a los talibanes de que no pueden ganar sobre el terreno y obligarlos a negociar, como sugirió Trump.
Pero muchos afganos desean que Washington no se limite a ayudar al Ejército afgano, sino que también presione a las autoridades a luchar contra la corrupción y a reforzar las instituciones.