La metralla le cercenó brazos y piernas, y desde entonces simboliza la crueldad del conflicto colombiano. Luz Marina Cañola llegó a Villavicencio con el mutilado cristo de Bojayá para oír al papa hablar de reconciliación, tras enterrar a los suyos en una masacre en 2002.
Caloña no quiere enumerar los seres queridos que estaban entre los 79 fallecidos el 2 de mayo de ese año, cuando un artefacto explosivo lanzado por guerrilleros alcanzó una iglesia en la que esta comunidad negra se resguardaba de los combates entre las FARC y paramilitares.
Todos los que murieron eran amigos o familiares. Bojayá, un municipio en las riberas del Pacífico, ubicado en Chocó, el departamento más pobre y lluvioso de Colombia, pasó a ser una postal de la atrocidad.
Cañola y sobrevivientes tardaron tres días en trasladar desde esa región hasta Villavicencio (centro) al Cristo que estaba en el templo y cuya figura quedó mutilada, tras el ataque de las FARC, convertidas en partido político tras firmar la paz en noviembre.
“El Cristo está representando cómo quedó todo el personal que murió”, dijo a la AFP esta mujer de 55 años, pelo recogido y sonrisa ocasional.
La figura religiosa, sin brazos ni piernas y con señas de metralla, arribó al mediodía de este jueves a la catedral de Villavicencio, donde fue recibida con las voces de las cantaoras de Bojayá -mujeres víctimas de la tragedia lideradas por Luz Marina- y por indígenas de once etnias que les hicieron un pasillo de honor con sus bastones de mando.
El viernes Francisco llegará a Villavicencio para bendecir la efigie y oficiar una misa por la reconciliación.
“Nunca se olvidará”
“Y esto quedó pa’la historia/ y nunca se olvidará/ Señores grupos armados/ no vuelvan más por acá”, cantaron las mujeres dentro de la iglesia de la ciudad, la puerta de entrada a los llanos orientales, uno de los múltiples escenarios de la conflagración colombiana.
Unos 60 guardias indígenas llegaron por tierra desde diversos puntos de Colombia en solidaridad con la comunidad afrodescendiente de Bojayá y como una “garantía de protección” para la imagen. También con la ilusión de contarle a Francisco sus penurias por la guerra interna.