Cuando Japarupi Waiapi mira hacia el denso follaje de la selva amazónica, ve todo lo que le hace falta para vivir y que en las ciudades se encuentra solo en supermercados, farmacias o mueblerías.
Alimentos como coco, tubérculos y bananas crecen en abundancia. Animales y peces a la vista para la caza y la corteza de muchos árboles usadas como medicinas.
Y la oferta es variada. Según el tipo de madera, “vemos techos, arcos y puntas de flechas”, dice Japarupi Waiapi, de 45 años, en el corazón del territorio de esta tribu del este de Brasil.
La lista de objetos a mano para ser aprovechados es infinita: palmas con las que se tejen mochilas, calabazas partidas como cuencos, juncos para sorber líquidos, hojas de banana convertidas en manteles y huesos de animales en herramientas.
“No dependemos del comercio ni del dinero”, afirma Japarupi Waiapi, orgulloso de que su tribu haya sabido conservar una autosuficiencia difícil de imaginar a menos de dos horas de carretera.
“Le digo a mi hijo: ‘No tienes que ceder en nada al hombre blanco. Confía en la selva, confía en los ríos'”.
Los waiapis también creen que así como la mayor selva tropical del planeta vela por ellos, su tribu de 1.200 miembros está en una posición única para cuidar de la Amazonía, crucial para la regulación climática global.
Desde hace décadas, los waiapis y otras tribus están bajo presión de mineros, ganaderos y madereros, que consideran a los indígenas como un estorbo, en el mejor de los casos.
Esa presión se intensificó en agosto cuando el presidente Michel Temer abrió a la minería extranjera una vasta reserva que rodea el territorio waiapi, conocida como Renca (Reserva Nacional de Cobre y sus asociados).
Temer retrocedió un mes después debido a fuertes críticas de ambientalistas en todo el mundo. Pero los waiapis dicen que se mantendrán en alerta mientras estén de pie.
“Esta es la selva donde vivimos y somos los únicos que la cuidamos”, afirma Tapayona Waiapi, de 36 años, que vive en la extremidad del territorio waiapi. AFP