Ella era la enfermera en quien confiaban los pacientes ancianos y sus familias, para aliviar su dolor, cuidar de ellos y darles consuelo en sus últimos días y semanas.
Elizabeth Wettlaufer había estado en la profesión de enfermería durante 25 años y era muy respetada en los hogares de ancianos en los que trabajaba.
Pero debajo de su cariñosa fachada había una mujer que dijo haber tenido una “oleada roja” cuando “Dios le dio instrucciones de matar a las víctimas” geriátricas que yacían en sus camas delante de ella.
Estas instrucciones la llevaron a convertirse en una de las asesinas en serie más mortales de la historia canadiense, sumando una cifra de ocho pensionados, que según los expertos podría haber sido mucho mayor si la enfermera religiosa no se hubiera entregado a la policía.
Wettlaufer fue encarcelada de por vida el año pasado, después de los ocho asesinatos de sus pacientes, al inyectarles una sobredosis de insulina.