El Museo del Helado que abrirá sus puertas en Miami Beach el 13 de diciembre próximo sin temor al frío, pues Florida es un territorio de inviernos benignos, pone a prueba la madurez del visitante invitándolo a bailar, cantar, oler y comer, todo para hacer volar la imaginación.
El color rosa envuelve al visitante al entrar en este museo situado en el Faena District de Miami Beach y la misma tonalidad, en dulces, escaleras o esculturas, le seguirá por las cuatro plantas que tiene el edificio.
Como los museos del helado de Nueva York, San Francisco y Los Ángeles, el de Miami Beach será temporal y cerrará sus puertas a mediados de enero en una fecha aun por determinar.
La visita resulta ser un cúmulo de actividades más allá de comer helado, aunque, como no podía ser de otra forma, las oportunidades para degustarlos abundan a lo largo de todo el recorrido.
Nada más entrar, una adivina vaticina tu porvenir, susceptible que sea con unos kilos de más por esta visita, y te introduce a un alimento con tradición milenaria: el helado, “uno de los alimentos más creativos del mundo”.
Así lo considera uno de los fundadores del museo, Manish Vora, para el que esta visita “combina todo lo que siempre habías soñado de niño”.
“El helado une a personas de todo el mundo. El helado es familias, niños, mayores, parejas en una cita, ‘millennials’ (los nacidos en este siglo). Es mucho más que una cosa dulce”, afirma Vora, el cual invita a dejar fuera todas las nociones previas sobre qué es un museo y qué es una tienda de helados, para “ponerlo todo junto”.
Una sala llena de ventiladores en forma de cucurucho, que a su vez invita al visitante a demostrar sus habilidades como bailarín, un techo del que cuelgan 2.500 ‘polos’ de helado de colores o una jungla de palmeras rosas son algunas de las atracciones del MOIC (Museum Of Ice Cream, en inglés).
Entre estos particulares árboles, y entre columpios en forma de plátano o cereza, un congelador alberga helados veganos, ‘kosher’, sin gluten o de chocolate para sobrevivir en la selva azucarada.
Subiendo por escaleras de estridentes estampados, en el siguiente piso se invita a rememorar la típica escena de niñez a la orilla del mar: construir castillos de arena, pero como no podía ser de otra manera, de arena rosa.
Pero la máxima atracción se encuentra al final del recorrido: una piscina con miles de coloridos “sprinkles”, las bolitas de azúcar para decorar pasteles.
En cada sala el visitante es recibido por un integrante del museo que lo hace con más entusiasmo que un niño con un helado de tres bolas, una pasión que contagian y hace que el público adopte el papel proactivo que el fundador del museo insta a tener.
“Puedes simplemente andar y ver arte, puedes hacerlo, pero para eso hay millones de museos que son fantásticos. Aquí queremos que la energía creativa del helado inspire a la gente y creen e imaginen cosas”, asegura Vora.
El Museo del Helado estará en Miami hasta mediados de enero, una ubicación que escogieron “por su distinta onda” y multiculturalidad.
“Nos inspiró mucho la fusión latina que hay en Miami. Es muy diferente a las otras exposiciones y eso se nota en los colores, en el baile o en los sabores”, dice Vora.
Una personalidad distinta que se nota, por ejemplo, en una edición especial de helado, el “helado derretido”, en consonancia a las altas temperaturas de las que goza Miami.
Para su cofundador, “fue muy emocionante” poder abrir el museo en Nueva York, donde empezó y fue un “fenómeno”. Allí dejaron a 200.000 personas en lista de espera para conseguir una entrada.
Tras pasar por Los Ángeles y San Francisco, el Museo del Helado vuelve a la costa este, y quizás alguno de los que se quedaron con las ganas en Nueva York tiene ahora la oportunidad de asistir en la ciudad floridana, donde todavía quedan entradas, y así disfrutar del “invierno” en Miami con uno o varios helados en la mano. EFE