Para el narcotraficante colombiano Pablo Escobar el tesoro más grande no era el dinero, sino sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela, quienes eran los consentidos del “Patrón del mal”.
Aun cuando los caprichos de los niños eran excéntricos y casi imposibles, a Pablo Escobar le encantaba complacer a sus hijos.
Dentro de las extravagancias con las que el narcotraficante consentía a sus hijos se encuentra un zoológico ubicado en su Hacienda Nápoles, en el que había rinocerontes, elefantes y jirafas traídos directamente de África; las fiestas de cumpleaños eran amenizadas por el reparto original de “El chavo del ocho”; una máquina para hacer nieve en medio de las altas temperaturas de Medellín, pero lo más escalofriante lo pidió Manuela.
En una navidad, Manuela, la hija menor y consentida de su padre, le pidió un unicornio como regalo, aunque los unicornios obviamente no existen, Escobar no podía arruinar la ilusión de la niña ni decirle que no.
Escobar mandó a comprar un caballo blanco pura raza y le engrapó un cuerno de toro en la frente, y unas alas.
La pequeña estaba maravillada con su “unicornio”, sin embargo, el animal murió unos cuantos días después, debido a una infección causada por la herida.
Después de la muerte del narcotraficante, su esposa y sus dos hijos adoptaron una nueva identidad y actualmente viven en el exilio en Argentina. Juan Pablo y su madre han aceptado públicamente su antigua identidad y han aparecido en diferentes medios, pero Manuela nunca se pudo reponer de su pasado y nadie la ha visto ni se sabe mucho de ella.