Lo primero que hará Nariman Abdalá, una vez de regreso a su ciudad de Raqa, es pasearse maquillada, un gesto de escarnio al grupo Estado Islámico (EI), a punto de ser expulsado de su principal feudo en Siria.
En el campo de Ain Issa, a más de 50 km al norte de Raqa, los desplazados de esta ciudad del norte del país esperan impacientes que sea liberada del yugo de esta organización radical, que ha sembrado en ella el terror durante tres años.
Nariman, de 19 años, era enfermera cuando el EI se apoderó de la ciudad en 2014. Huyó de Raqa hace tres meses, cuando empezaron a librarse los combates entre fuerzas sirias apoyadas por Washington y los miembros del EI.
“En cuanto vuelva a Raqa, volveré a maquillarme (…), escucharé música, que tanto nos faltaba, ya que estaba prohibida” asegura a la AFP esta joven, ataviada con una túnica de color fucsia y un chal en la cabeza.
En Raqa, ciudad que tenía 300.000 habitantes antes de que comenzara en 2011 el sangriento conflicto sirio, el EI obligaba a las mujeres a llevar únicamente una abaya —túnica larga hasta los pies—, un niqab (velo que cubre el rostro) y guantes negros, y sancionaba a las que no la hacían. La música y las fiestas estaban prohibidas.
– Música y cantos –
“Llevaré pantalones, como antes (…), me pondré mis auriculares y volveré a pasearme por las calles” añade Nariman, entusiasta. “Extraño todo de Raqa (…) incluso el agua es diferente allá” dice, con nostalgia.
Más lejos, en este campamento de varios miles de desplazados, las mujeres preguntan sobre las últimas noticias de Raqa, pero esconden su rostro a la vista de los fotógrafos de prensa.
“¿Cuando podremos volver?” dice una de ellas, en momentos en que las Fuerzas democráticas sirias (FDS), una alianza de combatientes árabes y kurdos, que cuenta con el apoyo de Estados Unidos, expulsa a los últimos yihadistas que aún permanecen en Raqa.
Por su parte, Qays al Buqan, de 27 años, sólo sueña con una cosa: volver a su ciudad natal para abrir un instituto de música. Enseñaba varios instrumentos, entre ellos piano y acordeón, hasta que los yihadistas tomaron la ciudad.
“Hace años que no toco o enseño. Quiero volver, abrir un instituto de música y enseñar de nuevo” asegura este hombre, calvo y delgado, que rechaza ser fotografiado.
También quiere “organizar una fiesta en el jardín Al Rashid”, que era el mayor parque de la ciudad, y según él, el más bello. Él se ve “tocando frente a espectadores, en un ambiente de fiesta”.
– ‘Raqa en sueños’ –
Qays dice a veces “ver Raqa en sueños” y espera impacientemente retornar. “Mis amigos músicos y yo, vamos a festejar en las calles”, asegura.
Ahmad al Nawfal, de 45 años, quiere sobre todo abandonar el campamento de desplazados.
“He llegado a detestar este campamento. Esperamos el momento en que se nos diga que volvemos a Raqa. Será una día de fiesta” asegura este hombre, muy moreno, mientras toma té en su tienda de campaña.
Pero, añade con tristeza: “Tenemos miedo de que nuestras casas estén minadas, y que perdamos a nuestros hijos, que perdamos todo”.
No lejos de ahí, una mujer cepilla el pelo de su hija, mientras otras preparan la comida.
Amal Jassem al-Jomaa está sentada, sola, en el suelo, y escucha música en la radio.
Dice haber perdido a su marido durante la guerra. Su familia política se ha llevado a sus siete hijos, tras ser acusada de simpatías con el EI.
Ahora la mujer solamente piensa en una única cosa: “Quiero volver a ver a mis hijos y vivir en paz. Olvidar el sufrimiento de esta guerra”.