Desempleados y sin perspectivas de futuro, miles de chiitas afganos enrolados por Irán combaten en Siria para defender el régimen de Bashar al Asad, pero sólo por dinero, aseguran.
“Para mí era sólo un tema de dinero, nunca he visto a nadie involucrarse allá por motivos religiosos”, confiesa uno de ellos, de regreso a Kabul después de haber arriesgado su vida por una guerra que no entiende.
“Shams” (nombre ficticio), un chiita de la comunidad hazara nacido en Kabul, estuvo dos veces en Siria en 2016, cuenta a la AFP con la condición de mantener el anonimato.
Inicialmente iban los refugiados afganos en Irán (alrededor de 2,5 millones de personas en su mayoría ilegales). Ahora son los afganos de todas las edades quienes, pese a los 40 años de conflicto bélico en su propio país, luchan en una guerra de extraños.
Los reclutadores iraníes buscan en esta población pobre, minoritaria y durante mucho tiempo marginada a combatientes para la “Brigada de los fatimíes”, integrada por entre 10.000 y 20.000 afganos chiítas que luchan contra los rebeldes sunitas sirios.
“En 2016 me fui a Irán con la esperanza de encontrar trabajo, pero después de un mes sin nada decidí irme a Siria”, cuenta el joven de 25 años.
“Te animan: vas a defender los lugares santos, serás un combatiente de la libertad. Y si vuelves vivo, tendrás (derecho) a diez años de permiso de residencia en Irán. Te ofrecen 1,5 millones de tomanes (el equivalente a 400 o 450 dólares estadounidenses) por mes en el centro de reclutamiento. Y cuando firmas, dos veces más”.
– Un mes de entrenamiento –
Los ojeadores exigen 100 dólares de comisión. Después los que se apuntaron parten a Delijan, al sur de Teherán, para un mes de entrenamiento militar junto con compatriotas de entre “14 y 60 años”.
La primera vez “Shams” aprendió a usar un fusil AK-47; la segunda le dieron nociones de artillería. Todo bajo supervisión de los Guardianes de la Revolución, encargados de transportarlos por avión hacia Siria.
Su primera misión fue cerca de Damasco, en mayo de 2016. Debía vigilar un cuartel. Todo transcurrió bien y volvió en septiembre.
Luego lo enviaron a las inmediaciones de Alepo, en primera línea contra el grupo Estado Islámico y el Frente al Nosra. Desconoce el por qué de la batalla, sólo sabe que es un enfrentamiento entre chiitas y sunitas.
Los jefes son iraníes y algunos comandantes, afganos.
“En Alepo caímos en una emboscada: de un centenar quedamos 15 supervivientes. Si mueres llevan tu cuerpo a Irán”, no a Afganistán, donde los funerales en la mezquita son sin féretro.
Las familias reciben el sueldo del difunto.
Según Human Rights Watch (HRW), la Brigada de los Fatimíes cuenta con casi 15.000 afganos. La Brigada Zainabyun -su equivalente pakistaní- sólo con mil.
“También había pakistaníes, iraquíes, todos chiitas. Todos estábamos mezclados con los árabes, no entendíamos su idioma”, recuerda “Jalil” (un seudónimo), uno de los primeros en irse en 2014 con 17 años.
“No hay ninguna cifra fiable porque las Al Qods (fuerzas especiales de los Guardianes de la Revolución) callan sobre el tema”, afirma Ahmad Shuja, exanalista de HRW en Kabul.
– Secreto militar –
Ali Alfoneh, investigador del Atlantic Council, en Washington, ha contabilizado los funerales en Irán y estima que “a fecha de 16 de octubre, 764 afganos murieron en Siria desde septiembre de 2013”.
Es un tema delicado a uno y otro lado de la frontera y los combatientes y sus familiares son reacios a hablar con la prensa.
A sus 18 años, el hijo de Khala Amina ya estuvo dos veces en Siria. “Pero mi familia no me autoriza a hablar con usted”, murmura esta empleada doméstica hazara, madre de seis hijos.
Según “Shams”, los jóvenes afganos contactan entre ellos vía Facebook y Telegram tanto para partir como una vez que están en el lugar.
“El número es un secreto militar”, confiesa el diputado hazara de Kabul Ramazan Bachardost. “El gobierno iraní los instrumentaliza y los trata como esclavos (…) Para el gobierno afgano, la desgracia, el hambre del pueblo no son sus problemas”.
Según él, “el asunto se ha abordado varias veces en el parlamento”. El ministerio de Relaciones Exteriores ha interpelado a Irán tras la difusión de un informe de HRW que denunciaba el reclutamiento de adolescentes.
“El dinero y la perspectiva de un permiso de residencia para ellos y su familia en Irán son los principales motivos”, afirma Ahmad Shuja.
Pero al igual que “Jalil”, que cedió a las súplicas de su madre, “Shams” prefirió regresar a Afganistán y espera comprar un tenderete. “No aconsejaría nunca a nadie irse allá si tiene un trabajo aquí”.