Lula inauguró su segunda caravana proselitista de 2017 en la ciudad de Ipatinga, Minas Gerais (sudeste), donde se mostró junto a su sucesora, Dilma Rousseff, destituida el año pasado, y atacó duramente la ortodoxia económica del presidente Michel Temer, un exaliado que puso fin a más de 13 años de gobiernos de izquierda en Brasil.
“Están vendiendo nuestro país (…) Tenemos que hacer un referendo revocatorio para cambiar lo que hicieron”, dijo ante un apretado grupo de simpatizantes durante un acto nocturno en el corazón del Valle del Acero, donde operan muchas plantas siderúrgicas.
Líder en la intención de voto en todos los sondeos, con un piso del 35%, según la última encuesta de Datafolha, Lula (2003-2010) enfrenta sin embargo una carrera riesgosa en su intento por volver a la presidencia.
A su alto nivel de rechazo entre los votantes (42%), al confundador del Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) se le agrega siete procesos ante la justicia por delitos que van desde el tráfico de influencias hasta la asociación ilícita.
“Si no quieren que sea candidato, vayan a las urnas y voten en contra”, dijo con la voz cascada, desdeñando las acusaciones en su contra.
Recorriendo el escenario de lado a lado, este extornero que el 27 de octubre cumplirá 72 años, repasó las principales políticas de los gobiernos del PT y volvió a mostrarse como el precandidato más activo de Brasil.
Pero su presente dista mucho de los tiempos de su presidencia cuando el gigante sudamericano era considerado el país del futuro.
Su figura fue erosionada por sus problemas con la justicia, particularmente luego de que fuera condenado a nueve años y medio de prisión por recibir un tríplex de lujo en el balneario de Guarujá (Sao Paulo) a cambio de favorecer a la constructora OAS en la trama de sobornos de Petrobras.
El evento, que inauguró una gira que se extenderá hasta el 30 de octubre, transcurrió en calma pese a que Lula dijo estar al tanto de que fueron planificados actos de “provocadores” para intimidarlo durante su recorrido.