Alexander Solyenitsin, uno de los escritores más famosos del siglo XX y símbolo de la oposición al régimen soviético, parece estar un poco olvidado por los jóvenes rusos, 10 años después de su muerte.
“Solyenitsin es un disidente, alguien que se opuso al régimen soviético y un gran escritor”, resume Sania Poliakovski, de 23 años, estudiante de Relaciones Internacionales en Moscú, aunque reconoce que no ha leído nada del escritor fallecido el 3 de agosto de 2008.
“Nos hablaron un poco de él en el instituto, en las clases de literatura y de historia. Pero no recuerdo gran cosa”, agrega el joven.
Insinuando, como otros jóvenes de su edad, que los profesores no dedican mucho tiempo a la obra de Solyenitsin, Sania dice: “Fue mi madre quien me explicó que se trata de uno de los escritores más importantes del siglo XX”.
La diferencia de interés entre las generaciones es flagrante. Su madre, Elena, recuerda con emoción haber descubierto un libro de Solyenitsin escondido en la biblioteca familiar en la época soviética.
Fruta prohibida
“Era adolescente y mis padres me explicaron que no había que decirle a nadie que teníamos ese libro en casa. ¡Tenía el sabor de la fruta prohibida! Todo esto es de otra época que a mi hijo le cuesta imaginar”, cuenta.
Sania es un caso bastante típico de una generación en Rusia que no sabe mucho sobre la era soviética y que ignora más o menos todo de Solyenitsin, una figura de la disidencia en la URSS, premio Nobel de Literatura en 1970 por sus novelas y escritor de fama mundial tras la publicación en 1973 de “Archipiélago Gulag”, una obra que describe los campos de prisioneros de la época estaliniana.
“En una clase de 30 estudiantes, como mucho dos o tres han leído un libro de Solyenitsin. La mayoría no saben nada de él”, lamenta Alexander Altunian, profesor en la Facultad de Periodismo de la Universidad Internacional de Moscú.
El programa escolar ruso incluye varias obras del escritor pero cada profesor decide cuánto tiempo les dedica y, por falta de tiempo, su estudio suele limitarse a menudo al mínimo posible, reconocen varios docentes de instituto.
Y los que insisten en las obras de Solyenitsin lo hacen a menudo por motivos morales y políticos.