Parece una tendencia cada vez mayor que los padres se vuelvan sobreprotectores, cuando antes los niños vivíamos prácticamente en la calle, con tierra hasta las orejas y jugando con piedras y varas. La página The Art of Manliness hace una reflexión al respecto para los padres actuales que resulta interesante.
La pregunta es: ¿el mundo se ha vuelto en realidad más peligroso que hace unas décadas? Parece que no, pero aunque tratamos de proteger a nuestros hijos de ciertos peligros también debemos considerar que no dejarlos hacer cosas “riesgosas” les hace daño. La cuestión entonces es cómo encontrar una media para criar a los hijos permitiéndoles obtener experiencias para su competencia, confianza y valor, pero priorizando su seguridad.
La clave es encontrar una media entre la seguridad y el riesgo basándose en esta regla: en lugar de alejarlos de los riesgos hay que enseñarles a lidiar con él. Para esto necesitas tres dinámicas: 1) exponerlo a riesgos controlados; 2) preparar a tus hijos para el riesgo en lugar de prevenirlo; 3) mantener un “rango abierto” de mentalidad paterna.
1. Crear un ambiente de riesgo controlado
En su estudio del papel del riesgo en la infancia, Ellen Sanseter opina que la exposición al riesgo juego una parte esencial en el desarrollo de los niños; “inocular” el riesgo en los niños contra inculcar el miedo excesivo, generándole la capacidad de sobrevivir en la edad adulta.
Al mismo tiempo señala que los niños no necesitan enfrentar riesgos serios para obtener los beneficios, sino solo participar en cosas que se sientan como riesgos; es decir, que en lugar de irse a los extremos eliminando cualquier riesgo o lanzarlos a situaciones que puedan resultar en lesiones serias o daño, un punto medio es posible. Animarlos a tomar riesgos controlados.
Esto requiere que los padres nos hagamos estas preguntas:
¿Es un riesgo que mi hijo puede anticipar por sí mismo?
¿Es un riesgo que podría causarle un daño grave (muerte, parálisis, lesiones permanentes)?
¿Es un riesgo que podría darle una experiencia positiva de aprendizaje?
Las respuestas pueden servir para balancear el riesgo y la seguridad.
2. Preparación completa en lugar de una protección completa
Cuando los padres son sobreprotectores con los niños, esencialmente dejan a sus hijos sin la capacidad de aprender a manejar los riesgos. La suposición es que mamá y papá siempre estarán ahí para cuidarlos, pero ese no será el caso.
En lugar de hacerlos dependientes de tu cuidado, prepáralos para que enfrenten y manejen adecuadamente los riesgos. Eso no significa que los lances al vacío sin una red de seguridad, sino usar lo que Gever Tulley llama “planear y practicar por pasos”, así como tomar precauciones razonables. Esto debe ajustarse a la edad y madurez de tus hijos, y progresivamente retirarlo conforme ganan confianza y competencia para hacer las cosas por sí mismos.
Estas son algunas claves para empezar el proceso de manera que no solo beneficiará a tus hijos, sino que te ayudará a lidiar con tu ansiedad:
Introduce el riesgo en fases graduales. El primer paso para permitirles involucrarse en actividades riesgosas es identificar exactamente los riesgos. ¿Qué es lo que podría pasarles si los dejas hacer la actividad en cuestión? ¿Qué tan reales son los riesgos y las preocupaciones?
Cuando ya identificaste los riesgos de una actividad, te puedes imaginar cómo mitigarlos y aliviar tus preocupaciones de manera que sea proporcional a los riesgos, mantengas el sentimiento de riesgo e incrementes la competencia y autonomía de tu hijo.
En Free Range Kids, Lenore Skenazy sugiere que la mejor manera de lograr las tres cosas es introducir el riesgo de manera gradual, enseñándole sobre los peligros inherentes a la actividad a realizar y luego progresivamente dejar que haga las cosas solo sin supervisión. Estos son dos ejemplos sencillos:
Cruzar la calle: primero cruza la calle con tu hijo sin soltarle la mano, explicándole la importancia de mirar a ambos lados y viendo si vienen carros. Luego cruza la calle sin tomarle la mano, pero caminando juntos. En tercer lugar ve a tu hijo cruzar la calle solo desde la banqueta. Finalmente permítele cruzar solo cuando no estás tú.
Andar en bicicleta: permítele dar la vuelta a la manzana solo y regresar. Luego deja que ande solo por 10 minutos y que regrese. Finalmente déjalo andar solo todo el tiempo que quiera.
En lugar de decirle “ten cuidado” dile “pon atención”. Esto significa que decir “ten cuidado” le da la imagen de que el mundo es peligroso en exceso y le inculca a ser demasiado precavido. En contraste, “pon atención” o “fíjate en lo que haces” lo alienta a ser más consciente de su cuerpo y el medio. El mundo no necesita niños más cuidadosos sino más listos, perceptivos y valientes.
Trata a tus hijos como aprendices. El fenómeno moderno de los niños pasando el tiempo demasiado cerca de sus padres no es tan nuevo. Antes de la Revolución Industrial, los niños pasaban el día completo con sus padres, trabajando. Los niños aprendían fuera de un sistema escolarizado, eran aprendices con sus padres, aprendían el oficio de la familia.
Es hora de regresar al concepto de aprendiz. No hay nada malo en pasar mucho tiempo con tus niños, de hecho, puede ser algo bueno, ese tiempo puede ser benéfico para ambos. Si no es deseable ahora que los niños trabajen en lugar de estudiar, sí lo es permitirles a tus hijos involucrarse en tus pasatiempos o las actividades que dejas para cuando ellos se duermen.
Llévalos a escalar contigo, enséñales sobre los peligros y las técnicas que conoces. Levanten pesas juntos, enséñales a andar en bicicleta, etc. Déjalos hacer la cena (incluso usando un cuchillo) si su ayuda es marginal en un principio; lo que está aprendiendo es muy bueno.
Tratarlos como aprendices les enseña habilidades importantes y te permite ser un padre que va soltándoles la mano poco a poco. “Me pregunto si al convertirse en padres ultraconsumidores, los padres sobreprotectores no han formado un ciclo de hiperinteracción y dependencia: los niños no solo se han vuelto más dependientes de los padres sino los padres se han vuelto dependientes de sus niños al ser los únicos amigos e intereses en su vida”, reflexiona el autor.
En su opinión, eso ha derivado en la intención de tenerlos siempre demasiado cerca, hasta el punto de que tengan miedo de que sus hijos se vuelvan independientes y se vayan de casa para hacer sus propias vidas. Tampoco es buena idea intervenir en las actividades y peleas de los niños.
Parte de los beneficios del juego no estructurado es que los niños desarrollen su capacidad de negociar y compromiso. Los padres obviamente deben enseñarles principios sólidos, pero a menos que los practiquen por sí mismos, crecerán creyendo que cuando se sientan agredidos son víctimas cuyo único recurso es correr con sus padres.
Un principio similar aplica a la supervisión de niños haciendo sus cosas, sus propios proyectos “peligrosos”. Como parte de la introducción del riesgo en pasos graduales permitiéndoles a tus hijos ser aprendices, debes supervisarlos en sus proyectos, pero rápidamente y dejarlos seguir solos. Ofréceles consejos o ayúdales cuando realmente les sea imposible o peligroso.
3. Mantener la mentalidad del riesgo
Saber cómo balancear el riesgo y la seguridad en la vida de tus hijos es una cosa, pero ponerlos en práctica es otra muy distinta. Es fácil dejar salir el miedo visceral (aunque irracional) de algo malo que le va a pasar a tus hijos a pesar de tus esfuerzos por protegerlos en un “rango abierto”. Mantener ese modo de pensar te ayudará.
Conviértelo en un lema de tu forma de pensar como padre. No lograrás darle mayor independencia a tus hijos si piensas casualmente en ello. Tim Gill dice en su libro No Fear: “hay muchas fuerzas que mueven a los padres, profesionales y a la comunidad en general a una aversión al riesgo. La gente que tiene éxito en resistir esas fuerzas es porque tienen una filosofía explícita, un grupo de valores sobre el rol del riesgo, el aprendizaje experimental, y la autonomía en la vida de sus hijos”.
Si quieres criar hijos de “rango libre” en la sociedad actual de la precaución, necesitarás creer realmente en el valor de hacerlo y hacer esa creencia un valor central de la filosofía de la paternidad.
Mantente atento al ciclo de vulnerabilidad (y conviértelo en un ciclo de autonomía). El ciclo de paternidad sobreprotectora es así: padres sienten que sus hijos son frágiles e incapaces de defenderse por sí mismos, y los tratan consecuentemente. Como resultado, los niños no aprenden habilidades para lidiar con las distintas situaciones de riesgo y de frustración y actúan vulnerablemente.
Este despliegue de vulnerabilidad justifica más supervisión de los padres y su intervención, que impide a los niños que tengan experiencias de primera mano, independencia y riesgos. Eso luego los hace más vunerables. Así continúa este ciclo negativo.
Si crees que tus hijos son dependientes de ti es muy probable que tu supervisión constante los haya hecho así. Afortunadamente, el ciclo puede ir en el otro sentido: entre más capaces y competentes son los niños, más autónomos se vuelven.
Cuando estamos demasiado cerca de nuestros hijos interrumpimos el proceso por el cual los niños se vuelven independientes y desapegados de nuestros cuidados. Sin duda, facilitar esta transferencia de poder gradualmente y cómo hacerlo no es fácil. Nuestra inclinación como padres es proteger a nuestros niños del dolor o el daño. Es difícil alejar este miedo y comprometerse con la idea de que algo de peligro y dolor es mejor a largo plazo.
Encontrar un justo medio en ser padres se reduce a tres máximas: confía en las posibilidades; confía en ti mismo; confía en tu hijo.
Confía en las posibilidades: las probabilidades de que algo realmente malo le pase a tu hijo son realmente pequeñas. Pero las posibilidades de que su desarrollo se vea afectado en la ausencia de riesgos son del 100 por ciento.
Confía en ti mismo: puedes preparar a tus hijos para manejar los riesgos con confianza, competencia y seguridad.
Confía en tu hijo: los niños son capaces de lidiar con mucho más de lo que crees. Te sorprenderán constantemente. Excepto si nunca les das la oportunidad de brillar.