El contacto físico y las relaciones sociales posiblemente representan un factor importante a tener en cuenta para que nuestro cerebro se mantenga sano y que la función cognitiva no se deteriore.
En la sociedad actual son cada vez más las actividades que entrañan un contacto físico directo, siendo estas muchas veces rechazadas o asumidas plenamente según la persona que se trate. De este hecho surge un interrogante: ¿por qué a unas personas les resulta imposible o molesto entrar en contacto con otra? O por el contrario, ¿por qué a otras les resulta tan fácil?
Nadie puede poner en duda la gran importancia comunicativa y expresiva que el contacto físico entre personas tiene en nuestra sociedad. Hall en 1969 hablaba de esta importancia en lo referido al uso del espacio por el ser humano y, por ejemplo, se destacaba cómo la falta de contacto físico puede alterar el crecimiento físico y mental de un bebé.
Un estudio de científicos de la Universidad de Duke, en Estados Unidos, llegó a la conclusión de que las personas necesitamos recibir abrazos y caricias desde que nacemos, ya que el contacto físico juega un papel muy importante en el desarrollo de las neuronas.
El contacto físico con una persona por la que sentimos afecto hace que nuestro cuerpo libere oxitocina y dopamina, neurotransmisores que combaten el estrés y la tristeza, produciendo sensación bienestar. Al dar o recibir un abrazo también aumentan nuestros niveles de serotonina, por lo que conseguimos mejorar nuestro estado de ánimo.
El contacto activa una serie de mecanismos fisiológicos que contribuyen a nuestro bienestar emocional. En concreto, disminuye la producción de cortisol, hormona relacionada con el estrés, y aumenta la producción de oxitocina, hormona relacionada con el afecto. También aumenta los niveles de serotonina, produciendo un efecto relajante, además de disminuir la presión sanguínea y el ritmo cardíaco.
Abrazarse o tomarse de la mano durante al menos diez minutos puede reducir los efectos físicos perjudiciales del estrés, tal y como indica un estudio realizado por especialistas de la Universidad de Carolina del Norte, en Chapel Hill .
En otras de las investigaciones, se comprobó que el contacto activaba la zona de córtex cerebral. Esta región tiene que ver con los sentimientos de conformidad y confianza. A partir de estos resultados, se concluyó que quienes se relacionan con los demás usando el tacto, son percibidos como personas más honestas y confiables.
El sentido del tacto está infravalorado y realmente es uno de los sentidos imprescindibles para poder sobrevivir, sobre todo en edades tempranas, ya que las caricias y el contacto cuando somos bebés son tan importantes y tan básicos como el comer o el dormir. Progresivamente pasamos de necesitar el contacto físico a conformarnos con el contacto visual del otro.
En resumen, el contacto físico favorece el sistema inmunitario, reduce el estrés e induce el sueño. Para nuestra salud física y mental es imprescindible, además de una forma de comunicación con los otros.
“Las personas que fingen afecto te darán palmaditas en la espalda para ponerle fin al abrazo, igual que los luchadores; las personas sinceras te abrazarán con fuerza”.
La soledad altera nuestro cerebro
Hasta ahora se sabía que la extrema soledad puede causar en una persona depresión, ansiedad, demencia y psicosis, entre otros trastornos. Sin embargo, un nuevo estudio permite ver un daño extra y más peligroso que la soledad causa en nuestro cerebro. Los investigadores usaron un grupo de ratones –que son animales sociales, como nosotros– y los pusieron en un recinto lleno de juguetes, laberintos, otras distracciones y en aislamiento social.
Según los resultados publicados en la revista Neurobiology of Learning and Memory, este aislamiento social provocó en los roedores una reducción del volumen del hipocampo, una región del cerebro fundamental para el aprendizaje y la memoria.
Aunque las conclusiones no se pueden extrapolar al ser humano, los investigadores sugieren algunos posibles paralelismos. Esta investigación podría indicar que el contacto físico y las relaciones sociales posiblemente representan un factor importante a tener en cuenta para que nuestro cerebro se mantenga sano y que la función cognitiva no se deteriore.
En el mismo estudio se llegó a la conclusión de que la soledad prolongada en la edad adulta produce alteraciones cerebrales y déficit de aprendizaje. El aislamiento social en la edad adulta es un factor de estrés psicosocial que puede resultar en alteraciones endocrinológicas y de comportamiento en diferentes especies.
Es importante que no olvidemos estos datos y que tengamos presente que cada vez que abrazamos de verdad a alguien, ganamos vida y calidad vital.