A menudo partículas de polvo flotan en el aire sin ser vistas. Pero cuando entra un rayo de sol por la ventana, lo que hasta entonces había sido invisible se hace de pronto visible. El rayo de luz permite que el ojo humano perciba las partículas.
Pensemos un poco en la luz visible, la que a nuestros ojos parece blanca o incolora. ¿Qué sucede si la luz del sol atraviesa una serie de gotitas de agua desde el ángulo preciso? El agua hace las veces de prisma, y contemplamos un arco iris de hermosos colores. En realidad, los objetos que nos rodean reflejan luz de diversas longitudes de onda que nuestros ojos perciben como colores. Por ejemplo, la hierba verde no emite en sí luz verde, sino que absorbe todas las longitudes de onda de la luz visible con la excepción de la correspondiente al verde. Esta es la que refleja, y por ello la hierba aparece a nuestros ojos de color verde.
Por otro lado, si levantamos los ojos al cielo por la noche, veremos estrellas. ¿Cuántas? Solo unos miles, como mucho. Pero con la invención del telescopio hace casi cuatrocientos años, el hombre empezó a ver muchas más. En la década de los veinte del siglo XX, un potente telescopio instalado en el Observatorio de Mount Wilson reveló que hay otras galaxias además de la nuestra y que estas también se componen de muchísimas estrellas.
Hoy, utilizando complicados medios artificiales de exploración del universo, los científicos calculan que existen decenas de miles de millones de galaxias, muchas de ellas con cientos de miles de millones de estrellas. Algo asombroso que se ha descubierto gracias a los telescopios es que los miles de millones de estrellas de la Vía Láctea, que parecen estar tan cerca unas de otras, en realidad se encuentran separadas por distancias tan inmensas que escapan a nuestra comprensión. Igualmente, los potentes microscopios han ayudado a ver que objetos que parecen sólidos en realidad están formados por átomos compuestos mayormente de espacio vacío.
Lo infinitamente pequeño
La partícula más diminuta que puede verse con un microscopio óptico consta de más de diez mil millones de átomos. Sin embargo, en 1897 se descubrió que el átomo tiene, a su vez, minúsculas partículas en órbita llamadas electrones. Con el tiempo se vio que el núcleo del átomo, alrededor del cual describen su órbita los electrones, está compuesto de unas partículas más grandes que el electrón: los neutrones y los protones.
Partículas aún más diminutas
Los aceleradores de partículas, capaces de lanzar partículas de materia unas contra otras, ofrecen actualmente a los científicos una vislumbre de lo que hay en el núcleo del átomo. De ahí que se publiquen artículos con términos extraños como positrones, fotones, mesones, quarks y gluones, por mencionar solo algunos. Todas esas partículas son invisibles, aun bajo los microscopios más potentes. Pero con la ayuda de cámaras de niebla, cámaras de burbujas y contadores de centelleo, se observan rastros de su existencia.
Ahora los investigadores ven lo que antes era invisible. Al hacerlo, están comprendiendo la trascendencia de lo que a su entender son las cuatro fuerzas fundamentales: la gravedad, la atracción electromagnética, y dos fuerzas subnucleares llamadas fuerza débil (interacción débil) y fuerza fuerte(interacción fuerte). Algunos científicos están buscando lo que ha recibido el nombre de “teoría del todo”, y esperan que esta proporcione una explicación comprensible del universo, desde lo inmensamente grande hasta lo infinitamente pequeño.