La primera teoría con respecto al origen de soplar las velas nos lleva a la Alemania del siglo XVIII, donde celebraban el ‘Kinderfest’, en aquella celebración se colocaba en un dulce dos velas para el aniversario del niño: una para representar la luz de su vida y la segunda para sus años venideros.
Pero a diferencia de nuestra costumbre, las velas se mantenían encendidas durante todo el día y cuando se acababan eran reemplazadas. Al final de la fiesta se apagaban, y se creía que el humo que salía de ellas ayudaba a llevar a Dios el deseo que pedía el niño en su cumpleaños.
La otra versión que explica el origen de esta tradición llegó de la Antigua Grecia. Esta cuenta que los ciudadanos le regalaban dulces con velas a Artemisa, la diosa de la Luna. Estos postres representaban el ciclo lunar completo y el fuego de las velas era apagado para que el humo llegara a la divinidad, llevando consigo el deseo de la persona.
Sin embargo, esta tradición no siempre fue tan bien recibida por las comunidades cristianas, quienes solo veían apropiado conmemorar la muerte de los santos en vez de los nacimientos, considerando los cumpleaños como paganos. Pero cuando la iglesia estableció la Navidad como una celebración importante, por la llegada de Cristo al mundo, las personas dejaron de verla como una festividad de mal gusto.