Melissa García tenía tres años cuando cruzó la frontera de México a Estados Unidos en los brazos de su madre. Casi nada recuerda de aquella arriesgada travesía que la convirtió en indocumentada en el país que llama hogar.
Hoy es una de miles de “dreamers” (soñadores) que podrían quedar en el limbo con la eliminación de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, del inglés), que le permitía trabajar legalmente, y que podría ser renovado por última vez el jueves.
“Con DACA puedo salir a la calle sin miedo a que me deporten” dijo la muchacha de 23 años, empleada de una tienda, preocupada por su futuro, ya que puede terminar en un limbo migratorio.
Su madre Leticia la trajo junto a su otro hijo que entonces tenía cinco y desde que cruzaron la cerca por el desierto de Sonora, se encargó de pintarles un mundo de normalidad.
“No sabían que no tenían papeles hasta que crecieron. Quería que fueran unos niños normales, quería algo mejor para ellos”, dice esta mujer de 43 años, aún sin papeles, con una sonrisa conmovedora.
El gobierno anunció el 5 de septiembre el fin del DACA, dando seis meses para hacer una última renovación, aunque el plazo para consignar los recaudos termina este jueves.
“Para el 5 de marzo, [la autoridad migratoria debe tener] procesadas todas las aplicaciones”, explicó Luis Pérez, director de Servicios Legales de la Coalición Pro Derechos Humanos del Inmigrante (CHIRLA) en Los Ángeles, que presta asesoría gratuita en la materia.
Se procesarán renovaciones de permisos vencidos entre el 5 de septiembre y el 5 de marzo. Si vence el 6, no hay nada que hacer. Unos 150.000 pedidos de renovación deben ser analizados.
Otras organizaciones de defensa de los inmigrantes viene haciendo masivos operativos para asistir a los “dreamers”.
– “Miedo a perder todo” –
Melissa hizo el papeleo la semana pasada, a través de CHIRLA. Llegó con Leticia de madrugada, pasadas las 3h00 locales (10h00 GMT), con su perrito chihuahua en un bolso.
A esa hora ya estaba en la fila Bryan Solís (20), un estudiante universitario que a través de DACA tuvo acceso a más créditos para pagar sus estudios y a un trabajo legal.
Cruzó también por el desierto con su mamá cuando tenía siete años. “Esta marca fue una cortada que me hice con una púa del alambre de la cerca”, dijo señalándose la frente.
Llevan a la fila sillas plegables, cobijas, café. Todos se sienten estadounidenses, a pesar de no tener los papeles.
“Pude construir una carrera, conseguir un buen trabajo aquí en Estados Unidos, el único país que conozco como mi hogar”, destacó Pablo Gómez, que trabaja como asesor de hipotecas en el banco Wells Fargo.
“Tengo miedo a perder todo lo que he construido, rezo a Dios para que ésto se solucione”, expresó por su parte Jesús Cervantes, representante de distribución de una compañía de neumáticos.
La decisión de Trump forzó al Congreso a reabrir el polémico debate de la reforma migratoria, que ya fracasó en 2001, 2006 y 2013.
“Estoy esperando por el ‘Dream Act'”, el proyecto que convertiría DACA en ley, “para que yo y todo el mundo en la fila pueda saborear el ‘sueño americano'”, dijo llorosa Abby Garduque.
Un “no” tajante generalmente es lo que se escucha tan pronto se les asoma la posibilidad de volver a sus países. Se palpa un temor generalizado a lo desconocido, a veces hasta un poco estereotipado.
El otro hijo de Leticia se casó con una estadounidense y ya está legal. Ahora espera que Melissa pueda regularizar su situación para estar tranquila.
“Así, si me tengo que ir, me voy contenta”, expresó nada temerosa de una deportación.