En la sociedad en la que vivimos la felicidad se ha convertido en un objetivo valioso. Sin embargo, por mucho que nos empecinemos, parece que la felicidad escapa de nosotros.
Libros y conferencias forman un completo y enrevesado escaparate con distintas fórmulas para la felicidad estructuradas en torno a constantes difusas. Muchas comparten el mismo error que existe en la idea social más compartida: la sitúan fuera de nosotros. En lo alto de una montaña a la que se llega transitado por caminos enrevesados y de pendientes pronunciadas.
Entonces, ante este panorama, surge una pregunta, ¿y por qué tiene que existir una idea compartida de felicidad? Una definición que me sirva a mí, a mi vecino y a las personas que están en la otra punta del planeta. La felicidad no deja de ser sensible a las circunstancias y, por lo tanto, a la individualidad. Quizás, de lo que sí podemos hablar es de formas complicadas de ser felices, de ilusiones en el desierto que cuando desaparecen, solo dejan un enorme vacío.
Buscar en el exterior es un error
Todo a nuestro alrededor nos insta a buscar la felicidad en el exterior. Si adquirimos ese coche nuevo, seremos felices; si tenemos una pareja, nos sentiremos tremendamente dichosos. La publicidad así lo dice: es tan tentador “seguir” mordiendo la manzana. El peligro es que quizás hablamos de alegría, y no de felicidad.
La felicidad parece más un estado, algo que tiene que ver con lo que permanece y no con lo que tarda menos en disiparse que las burbujas del champan. Un eco que sobrevive a las emociones; que pase lo que pase nos arropa. Quizás hablemos de una habilidad para juntar las piezas de lo que nos sucede, de manera que aprendemos y nos sentimos bien.
El poder de nuestros pensamientos
Si la felicidad es un estado mental, entonces nuestros pensamientos son los actores principales. Un reparto que, motivado por las emociones o lo que nos sucede, no interpreta siempre un guión favorable a nuestros intereses. Sin embargo, lo positivo es que nosotros podemos intervenir en ese guion. Tan solo necesitamos observarlos. Para ello, puede ser importante practicar meditación.
Identifiquemos la gran cantidad de pensamientos automáticos que tenemos en un día y que son quejas, juicios, lamentos, autocríticas…Ser consciente de esto es muy revelador. Descubriremos o re-descubriremos una parte de nosotros que podemos haber olvidado o en la que quizás no hayamos reparado nunca.
Si un error lo vemos como una oportunidad, si un despido como ese empuje para cambiar de trabajo (algo que siempre hemos querido hacer), entonces estaremos dando un gran paso hacia ese estado de felicidad. El hecho de favorecer a los pensamientos positivos frente a los negativos es clave.
Sentirnos bien no significa que en nuestra mente no haya pensamientos negativos; sí significará que este será un lugar más árido para ellos. Como bien señala el que es considerado “el hombre más feliz del mundo“, Matthieu Ricard, para comprender esto podemos pensar en el mar. Aunque su superficie se vea alterada por el viento o un fuerte oleaje, en lo más profundo reside la calma.
Muchas personas entienden la felicidad como bienestar, otras como equilibrio. No como algo momentáneo, sino algo sostenido en el tiempo. Pero para que esto sea posible, tenemos que encontrar nuestra propia definición de felicidad, vestirla de manera inteligente, con bolsillos en los que quepan nuestros deseos.
Alejarnos de este tipo de “verdades sobre la felicidad” en las que tanto interés pone la publicidad puede abrir un gran espacio ante nosotros en que decidir qué queremos que se instale. Más que de comprar o de adquirir, se trata de disponer y elegir con sabiduría.
Tomado de: https://lamenteesmaravillosa.com/la-felicidad-es-un-estado-mental/
Autor: Raquel Lemos Rodríguez