Ginebra – Motivados por la tradicional idea de que acunar a un niño ayuda a que este se duerma, expertos suizos han estudiado los efectos del movimiento durante el sueño en humanos adultos y en ratones, probando que no solo mejora la calidad de este sino también la memoria.
El estudio publicado esta semana, a cargo de las universidades suizas de Ginebra y Lausana junto a hospitales de la primera de estas ciudades, muestra que un movimiento lento y repetitivo durante la noche modula la actividad de las ondas cerebrales, lo que contribuye a un sueño más profundo y al fortalecimiento de la memoria.
Los test en humanos, dirigidos por las neurocientíficas Laurence Bayer y Sophie Schartz, de la Universidad de Ginebra, analizaron factores como el ritmo cardíaco y respiratorio o las lecturas de un electroencefalograma en 18 adultos sanos durante su sueño, la mitad de ellos en camas fijas y la otra en lechos en movimiento.
Menos despertares
Los que dormían en camas que les balanceaban “tenían periodos más largos de sueño profundo y menos despertares repentinos, un factor frecuentemente asociado con un descanso de mala calidad”, señaló Bayer en un comunicado de la Universidad de Ginebra.
Por otro lado, el movimiento ayudó a sincronizar la actividad neurológica cerebral, que consolida la memoria, por lo que los individuos en camas fijas dieron peores resultados que los otros en pruebas donde se les pedía que recordaran a la mañana siguiente parejas de palabras que habían visto en la noche anterior.
La Universidad de Lausana realizó con resultados similares pruebas en roedores donde dedujeron que la mayor facilidad para dormir de los animales con lechos en movimiento se debe a la relación entre el sueño y el sentido del equilibrio que muchos animales tenemos en el sistema vestibular del oído interno.
Continuar investigando esta relación “puede ayudarnos a tratar pacientes que sufren de insomnio, desórdenes del comportamiento, o a personas mayores que con frecuencia sufren de problemas de sueño y memoria”, señaló el profesor Paul Franken, de la Facultad de Biología y Medicina de la Universidad de Lausana.
Con información de agencia EFE