Para tres niñas de doce años, compañeras de colegio, nada más divertido que una pijamada en casa de una de ellas. La cita era el viernes 1 de octubre de 1993 y la que ponía casa, en la tranquila ciudad de Petaluma, California, era Polly Klaas.
Disfraces, maquillaje, comida chatarra, juegos de Nintendo y, sobre todo, muchas risas y charlas hasta tarde: ese era el plan de las tres.
Para los padres era una noche segura y manejable dentro del hogar de una familia que conocían desde hacía años. No había nada que temer durante la pijamada.
Gilliam P. llegó primera a las 19:30 horas, y fueron con Polly a comprar unas paletas heladas a un negocio que quedaba cruzando el parque Wickersham. Volvieron enseguida y, cerca de las 20, arribó Kate McLean con su madre.
Las chicas subieron al cuarto de Polly y empezaron los juegos. Se disfrazaron y pintaron. Estaban pasándola muy bien.
Polly eligió vestirse de hippie y Gilliam la maquilló, anticipándose a Halloween, como si fuera una “muerta”. Al rato, ella decidió quitarse el maquillaje y el disfraz y se puso una blusa rosa con un nudo en la cintura y una mini de jean blanco. Jugaron al Nintendo y continuaron con las carcajadas.
A las 22:00 horas Eve Nichol, la madre de Polly, entró a ver cómo iba todo. Les pidió que bajaran la voz y gritaran menos, así ella y Annie -la medio hermana menor de Polly, de 6 años- podían dormir.
Los cuartos estaban separados solamente por el baño de la hija. Eve les dio las buenas noches y se retiró a su dormitorio. Se tiró en la cama, leyó un rato y se durmió tranquilamente junto a Annie. Un rato después, las chicas -obedientes- decidieron acostarse.
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-Visita inesperada-
Eran las 22:30 horas cuando Polly abrió la puerta de su habitación para ir a buscar las bolsas de dormir para sus amigas. Se quedó paralizada, tenía frente a ella a un tipo barbudo, con los brazos tatuados, que portaba un intimidante cuchillo en una de sus manos.
Abrió la boca como para decir algo, pero no pudo. No le salió la voz. El hombre se abalanzó sobre ellas, entró a la habitación y cerró la puerta.
Para que no gritaran las amenazó: si no le hacían caso, les cortaría el cuello. Les ordenó tirarse al piso boca abajo, en total silencio. Al principio, tanto Kate como Gillian, pensaron que podía ser una broma, pero conforme pasaban los minutos se dieron cuenta de que no era así.
Él las ató con tiras de ropa y con el cable que cortó del Nintendo de Polly, y las amordazó. Después tomó las fundas de las almohadas y se las puso a Gilliam y a Kate en la cabeza para que no pudieran verlo.
Entraron en pánico, pero el hombre les aseguró que solo quería robar y que saldría de la habitación con Polly para buscar la plata. Les exigió que contaran hasta 1000 y les dijo que, para cuando terminaran de hacerlo, él ya se habría ido… y cumplió. Pero se llevó a Polly.
Cuando oyeron el bang que hizo la puerta posterior al cerrarse, Kate y Gilliam empezaron la tarea de desatarse. Tardaron varios minutos, quizá 10 o 15, en liberarse de las ataduras. Recién entonces pudieron ir a despertar a Eve. Ella pensó que lo que le decían atropelladamente las amigas de su hija, era un pésimo chiste.
-Inician la búsqueda de Polly-
Buscaron a Polly por toda la casa y al no encontrarla, todavía medio dormida, llamó a la policía. Su voz sonaba desorientada.
Durante la conversación se empezó a poner cada vez más nerviosa. Habían pasado las 23 horas: “Aparentemente un hombre se introdujo en casa y se llevó a mi hija”, argumentó Eve sin poder creer lo que estaba diciendo, “me acabo de despertar y estoy con las dos chicas que pasan la noche en mi casa con mi hija… ella tiene 12 años y medio”.
Mientras iba hablando comenzó a desesperarse: “¡Ella no está aquí! No escuché nada… ¡estaba dormida!”.
-Versión de una de las niñas-
La telefonista de emergencias, que ya había enviado un patrullero, le pidió hablar con una de las menores. Kate McLean tomó el teléfono: “Él se llevó a Polly… Nosotras sentimos cerrarse la puerta”.
Siguió describiendo lo ocurrido: que el hombre les había prometido no lastimarlas, que solo iba a robar, que en un momento le había dicho a ella “No te preocupes, no te voy a tocar”.
Su tono maduro de pronto se quebró y empezó a llorar. Le dijo a la operadora que todavía no había hablado con su mamá.
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-Habían visto al hombre rondar por el lugar-
Cuando llamaron a la madre de Kate ella recordó algo sugestivo: al dejar a su hija esa noche y dar marcha atrás con su auto para retomar el camino, vio a un hombre barbudo, con el pelo recogido en una colita, tatuado y con una bolsa en la mano, que caminaba cerca de la parte trasera de su auto.
Otros tres vecinos dirían también, después, que habían visto un sujeto semejante merodeando la casa y en el cercano parque Wickersham.
Todos entendieron que ese desconocido era quien se había llevado a Polly Klaas: la menor había sido secuestrada en su propia casa.
El tiempo empezó a correr vertiginosamente.
La historia paralela que podría haber cambiado el final
Esa misma noche, viernes 1 de octubre, en el área rural de Santa Rosa -a unos 30 kilómetros al norte de Petaluma-, Danna Jaffe llegó a su casa de trabajar pasadas las 23:00 horas.
La esperaba la niñera Shannon Lynch, que cuidaba a su hija de 12 años. Conversaron un rato y media hora después Shannon se subió al auto para irse.
Mientras salía por el camino de entrada hasta la ruta vio, en medio de la oscuridad, un auto caído en una zanja. Era un Ford Pinto.
Un hombre barbudo estaba apoyado sobre el baúl. Shannon paró y el hombre se acercó: su aliento a alcohol y su olor a suciedad sumado a restos de ramas y hojas en su pelo (como si hubiese estado revolcándose entre los matorrales), la asustaron.
Le preguntó qué necesitaba y él le dijo que se había encajado y que precisaba una soga. Shannon aprovechó para remarcarle que ese era un camino privado, que él no estaba respetando la propiedad al haber conducido por allí.
El hombre se apoyó en la ventana y le dijo desafiante: “¿¡Qué te pasa con este camino?!”.
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-La niñera da alerta-
Shannon decidió irse sin decir nada más. Manejó hasta el teléfono más cercano. Desde allí llamó a Danna. Le contó lo ocurrido y le aconsejó llamar a la policía.
Danna, que estaba sola con su hija, sintió mucho miedo y optó vestirse rápidamente para dejar la casa e ir a un sitio seguro. Las dos se subieron al auto y, mientras salían manejando por Pythian Road, vio el automóvil. Siguió conduciendo hasta una estación de servicio y, desde un teléfono público, llamó al 911.
Dos oficiales de policía fueron enviados al lugar: Mike Rankin y Thomas Howard llegaron en autos separados a dónde estaba Danna.
Ellos no sabían nada todavía del secuestro de Polly Klaas, ocurrido un rato antes en la cercana ciudad de Petaluma. Los policías que seguían el caso Klaas manejaban el canal 3 para comunicarse, y estos agentes enviados a Santa Rosa, usaban el canal 1.
Imposible que estuvieran al tanto. Ese fue el primer y grave error de la investigación policial.
Rankin y Howard fueron con Danna hasta el vehículo empantanado. El desconocido estaba fumando. Se acercaron y le solicitaron el registro y los papeles del auto.
-Identifican al hombre-
El hombre en cuestión, que transpiraba profusamente a pesar de que hacía frío, se llamaba Richard Allen Davis. Chequearon, pero ni él ni su auto tenían pedido de captura.
Segundo grave error: los agentes no tenían acceso a las bases de datos de casos recientes donde podrían haber leído el frondoso prontuario de Davis que incluía intentos varios de secuestro.
-El hombre levantó sospechas-
Los policías, de todas formas, sospecharon de ese hombre sucio y transpirado, que se había encajado en la mitad de la noche en un sitio insólito.
Quisieron convencer a la dueña de casa de hacer una denuncia por invasión a la propiedad privada. Según la ley de California para poder arrestar a Davis, Danna Jaffe tenía que ir con ellos hasta el auto y pedirlo. Pero no quiso hacerlo. Al fin de cuentas, no había pasado nada grave.
Rankin y Howard registraron cuidadosamente el interior del vehículo. No vieron nada más que cerveza, pero como en ese momento Davis no estaba manejando, no era ilegal. Llenaron unos papeles con los datos de Davis y llamaron a una grúa para sacar el auto. Luego lo escoltaron hasta la ruta y… adiós.
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-Localizan prendas-
No sería hasta el 27 de noviembre que Danna Jaffe volvería a llamar a la policía. Estaba controlando un trabajo de deforestación en su terreno cuando descubrió un trapo en el área donde había estado encajado aquel Ford Pinto.
Eran unas leggings infantiles rojas. También halló un buzo negro dado vuelta y un pedazo de género blanco con forma de capucha.
El recuerdo de aquella extraña noche del desconocido empantanado en su propiedad, que luego supo había coincidido con un cercano secuestro irresuelto, le despertó un sentimiento pavoroso.
Se le encogió el corazón: ¿Y si Polly Klaas hubiese sido víctima de ese hombre barbudo? La menor llevaba, a estas alturas, casi dos meses desaparecida y no había ningún detenido.
Llamó a la oficina del Sheriff y comunicó sus hallazgos. El investigador Mike McManus fue hasta allí.
Revisando más minuciosamente con Danna el terreno encontraron, además, un envoltorio de preservativo, dos pedazos de correa, una botella de cerveza y unos fósforos.
Todo fue levantado de la escena y llevado al laboratorio de criminalística del FBI para comparar con otras prendas tomadas de la casa de Polly. Las calzas y la capucha encajaban a la perfección.
-Verifican las pruebas-
Fue verificando las llamadas de esa noche del 1 de octubre que los detectives de homicidios se dieron cuenta de algo vital en la logística de investigación de crímenes: los equipos policiales usaban distintos canales.
Por ello, los que habían tenido al alcance de la mano a Davis aquella noche nunca podrían haber sabido del secuestro ocurrido dos horas antes.
No tenían ni idea que una niña de 12 años había sido raptada por un sujeto barbudo, de mediana edad, a pocos kilómetros de allí. De haberlo sabido, el final hubiera sido otro.
Porque cuando ellos estuvieron con Davis luchando por sacar el auto de la zanja, en la oscuridad de la noche, Polly todavía estaba viva. Y escondida muy cerca.
-El secuestrador admite que Polly vivía-
Davis jamás proporcionó el cronograma exacto de cómo se desarrollaron los hechos, pero sí admitió que Polly vivía para el momento en el que le tomaron los datos de su auto.
Él le había ordenado esconderse entre los arbustos y matorrales antes de que llegaran los policías. Las hojas y ramas en el pelo de Davis tenían perfecta explicación.
Una vez que extrajeron el auto, los policías lo escoltaron hasta una ruta. Davis esperó media hora y volvió al lugar.
Se sorprendió, les reconocería luego a los investigadores del caso, que Polly en ese interín no hubiera tratado de escapar. La subió de nuevo a al vehículo, manejó en el medio de la oscuridad, la llevó a hacer pis a una estación de servicio y, luego, condujo hasta cerca de la ciudad de Cloverdale.
Allí, en un paraje desolado, la estranguló y la enterró. En el juicio aseguraría no recordar si la había violado.
-Fin de búsqueda-
Con el hallazgo del culpable quedaban atrás 65 días de búsqueda en los que unas 4000 personas estuvieron involucradas. Los noticieros y los famosos programas 20/20 y America’s Most Wanted cubrían el caso sin descanso.
La ficha que habían llenado los oficiales aquella noche terminó de confirmar todo: la palma recobrada en la casa de Polly pertenecía a Davis.
Con la colaboración de distintos grupos de investigación y el FBI ahora buscaban el cuerpo de la pequeña. Unas 500 personas abocadas no consiguieron nada, a pesar de que fue una de las búsquedas más multitudinarias llevadas a cabo en el estado de California.
Querían el cuerpo para detenerlo. Pero tuvieron que invertir el orden. Lo detuvieron igual y, finalmente, la tarde del 4 de diciembre, Davis confesó todo.
Dijo que que se había metido en la casa por una ventana, que la raptó, que Polly estaba viva cuando el auto cayó en esa zanja y que luego de que los policías se fueran volvió a buscarla.
Entonces la llevó a otro lugar y la mató: lo hizo con un trozo de ropa y dijo haber apretado “eternamente” hasta que Polly “se dejó de mover”.
Luego la enterró en una tumba superficial al borde de la autopista 101, un par de kilómetros al sur de Cloverdale.
Siguiendo sus indicaciones llegaron al cuerpo de Polly. El horror quedó demostrado.
Lo más terrible era que Richard Allen Davis, de 39 años, no debía haber estado libre aquel día, sino cumpliendo una condena tras las rejas por un grave delito anterior.
-Burlas macabras-
Richard Allen Davis fue detenido, acusado y, en 1996, sentenciado a muerte. El jurado estaba formado por seis hombres y seis mujeres. Davis, con 41 años, se declaró no culpable. El juez Thomas Hastings prohibió las cámaras de televisión en la sala. Los medios protestaron, pero él les aclaró: “El propósito de este juicio no es educar al público sobre nada”.
El fiscal Jacobs mostró fotos y mapas demostrando que Davis había estado en Petaluma en los días previos al secuestro y contó que el mismo homicida expresó sorpresa al describir que, cuando irrumpió en el cuarto de Polly, allí hubiera más chicas. No se lo esperaba. La pijamada no estaba en sus planes.
La fiscalía sostuvo que Davis tenía un patrón de comportamiento de secuestro y asalto sexual que, seguramente, hubiera estrangulado hasta la muerte a otras mujeres si ellas no hubieran escapado antes.
Hoy, con 65 años, Davis sigue en la fila de la muerte en la prisión de San Quentin. Está en confinamiento solitario, debido a las amenazas de muerte que le profieren otros prisioneros.
Con información de: infobae.com