Diego Armando Maradona, niño de un barrio pobre de Buenos Aires convertido en uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, falleció el 25 de noviembre a los 60 años de un paro cardíaco.
Este hombre contradictorio y arbitrario, desafiante e ingenioso, machista, amigo leal y enemigo temible, se hundió y renació mil veces para trascender el universo de la pelota.
Nacido el 30 de octubre de 1960, vivió su infancia en Villa Fiorito, un barrio muy pobre de la periferia de la capital argentina donde comenzó a destacarse por sus maravillas con la pelota.
Casi dos décadas después, se consagró como estrella universal del fútbol, cuando con la cinta de capitán de la selección argentina alzó la copa del Mundial de México-1986. Fue allí donde anotó sus goles más famosos: el polémico de la ‘mano de Dios’ y el mejor de la historia de los mundiales, ambos frente a Inglaterra en cuartos de final (2-1).
En Argentina, Maradona despertó devoción y pasiones al punto de crearse la Iglesia Maradoniana, que lo considera su dios.
“Quisiera ver al Diego para siempre, gambeteando (haciendo regates) toda la eternidad”, entonaba la banda roquera Ratones Paranoicos, en una de las decenas de canciones que inspiró el Diez.
Con la casaca albiceleste lloró de bronca al recibir la medalla de subcampeón en el Mundial de Italia-1990. Jugó otras dos copas del mundo: España-1982 y Estados Unidos-1994, cuando pronunció su frase “me cortaron las piernas”, luego de darle positivo un control de dopaje, por efedrina, en pleno renacer futbolístico. Le costó una suspensión de 15 meses, la segunda de su vida.
Más tarde, como entrenador, quiso transmitir su mística a la Albiceleste. Condujo a la selección entre 2008 y 2010 hasta el Mundial de Sudáfrica, con Lionel Messi en la cancha, pero su suerte se selló con una dura derrota 4-0 que le propinó Alemania en cuartos de final.
Maradona disputó 676 partidos y anotó 345 goles en sus 21 años de carrera, entre la selección y los clubes.
Dio sus primeros pasos con los ‘cebollitas’, la cantera de jugadores de Argentinos Juniors, con el que debutó en Primera División con 15 años, el 20 de octubre de 1976. Pasó a Boca Juniors (1981-1982), donde logró un título de liga. Transferido al FC Barcelona (1982-1984), luego siguió su carrera en el Nápoles de Italia (1984-1991), del que fue ídolo absoluto. Pero el 17 de marzo de 1991, su adicción a la cocaína le costó su primera suspensión por 15 meses.
La vuelta fue en el Sevilla de España (1992-1993) y de allí el regreso a Argentina con un breve paso por Newell’s Old Boys en 1993. Luego vendría el Mundial 1994 y la segunda sanción, hasta la vuelta a su amado Boca, donde colgó definitivamente los botines el 25 de octubre de 1997, cinco días antes de cumplir 37 años.
En una memorable despedida en 2001, en una ‘Bombonera’ colmada de hinchas, Maradona aludió a sus adicciones: “Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”.
Maradona fue más que ese jugador “con el guante blanco en el pie, del lado del corazón”, como lo describió el roquero Andrés Calamaro.
Indomable, confrontó con el poder del fútbol mundial, desafió al establishment, se abrazó con líderes de la izquierda latinoamericana, tuvo una amistad con Fidel Castro, se tatuó al Che Guevara, lo invitaron jeques árabes y es í