En el cementerio de Santiago Sacatepéquez nadie llora. Nadie está triste. Nadie reza. La conmemoración del Día de Muertos es una fiesta llena de folclore en la que los guatemaltecos honran a sus muertos volando barriletes gigantes de colores.
No ha salido el sol y una densa niebla rodea la pequeña colina en la que se ubica este afamado camposanto, más los lugareños ya están preparando los detalles para este día en el que los muertos viven. Vuelven. Conviven.
La familia Tec ha madrugado para engalanar las tumbas de sus seres queridos. Colocan “flores de muerto” anaranjadas. A unos metros, Santa cuenta que todos los años visita a sus tíos, adorna las fosas y se queda para ver el espectáculo de los barriletes.
Cuenta la leyenda, esa que hoy en día recuerdan los ancianos del pueblo, que en este municipio, cada 1 de noviembre, los espíritus malignos invadían el cementerio para molestar a las ánimas buenas que estaban descansando.
Tanta incomodidad y preocupación causaba que las almas de los muertos vagaran inquietas por la aldea, que los ancianos, asustados, acudieron a un sacerdote maya, quien les recomendó retirar a los intrusos con papel, pues el choque de estos pedazos contra el viento los espantaría.
Desde entonces, no se sabe qué fecha exacta, los pobladores vuelan sus barriletes. Antes más por creencia, ahora el objetivo es es mantener la tradición, explica José Puac, uno de los miembros de la Asociación de Barrileteros de Santiago Sacatepéquez, entidad que organiza esta cita, ya la número 118.
Los Barriletes
Antes, los barriletes estaban hechos de materiales naturales, pegamento hecho de harina de yuca mezclada con trozos de cáscara de limón y agua, cables de la planta de alcohol de donde se extrae el tequila (maguey), colas de tela tejida y marcos de tallos de castilla (una planta similar al trigo) o bambú.
Pero ahora, buscando una mayor seguridad, se utilizan todo tipo de componentes, aunque el bambú y el papel chino (de seda) son insustituibles. Son “la base” de estas construcciones, agrega José mientras de fondo suena una música que hace vibrar el suelo desde un palco instalado en el cementerio para esta celebración.
Los barriletes, de hasta 19 metros de diámetros los más grandes, contienen mensajes para el país, como el fin de la violencia o de la corrupción o la necesidad de lograr la tan afamada equidad entre el hombre o la mujer.
“Guatemala no más sangre”, “No más muertes de vidas inocentes en Guatemala”, “Hijos de la cultura ancestral”, “Respetar la vida es tejer la paz” o “Todos merecemos el mismo respeto” son algunos de los lemas en los barriletes gigantes que desde hoy presiden este camposanto. Aunque izarlos es el momento más duro, ese en el que se muestra la fuerza y el tesón.
Velas iluminan el camino de los muertos
Los más pequeños, aquellos que niños y mayores portan en sus manos y no necesitan de poleas y cuerdas gruesas para mantenerse en pie, vuelan raudos y veloces hacia la cúpula celestial tiñiendo el cielo de colores, de esperanza. Todos contribuyen a que esta costumbre, declarada Patrimonio Cultural de Guatemala en 1999, perviva en el tiempo.
Entre las tumbas, algunas velas están encendidas. Iluminan el camino de los muertos y alivian la tristeza de los vivos. La celebración sabe a verbena y melancolía, se mezcla con los sabores típicos, los olores y las flores, pero sobre todo la comida, el fiambre, una mezcla de embutidos y vegetales.
El Festival de los Barriletes, que identifica y genera identidad con matices y formas, se incluye entre las actividades de la semana de la Cooperación Iberoamericana, desarrollada bajo la campaña “Diferentemente iguales”.
Esta cita cultural, que se celebra el día en el que la frontera entre vivos y muertos es más porosa, está llena de folclore y sirve para ensalzar la memoria de los muertos cuando, en este día, la visitas de las almas desde el más allá se convierten en vecinos de la eternidad.