El telescopio espacial James Webb, una revolución en la observación del universo que los astrónomos de todo el mundo esperaban desde hace treinta años, despegó con éxito el sábado a las 12H20 GMT a bordo de un cohete Ariane 5, y se situará a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra.
“Buena separación telescopio Webb, Go Webb”, anunció Jean-Luc Voyer desde la base espacial de Kurú (Guayana francesa). La parte superior del cohete Ariane soltó tras 27 minutos de vuelo el telescopio, que ahora tardará un mes en alcanzar su punto de observación, a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra.
El telescopio más grande jamás enviado al espacio orbitará alrededor del Sol a unos 1,5 millones de kilómetros de la Tierra con la ambiciosa misión de responder dos preguntas fundamentales para la humanidad: ¿De dónde venimos? y si, ¿estamos solos en el universo?
Su potencia debe permitirle escrutar hasta el “amanecer cósmico”, el momento en que las primeras galaxias empezaron a iluminar el universo después del Big Bang, hace 13.800 millones de años.
También debe ayudar a comprender la formación de estrellas y galaxias, y observar los exoplanetas para que los astrónomos descubran más de ellos, y eventualmente, puedan identificar en el futuro otros como la Tierra.
James Webb seguirá los pasos del telescopio Hubble, que revolucionó la observación del universo. Es gracias a él que los científicos descubrieron la existencia de un agujero negro en el centro de todas las galaxias o de vapor de agua alrededor de exoplanetas.
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Concebido por la NASA después del lanzamiento de Hubble en 1990 y construido a partir de 2003, con la colaboración de las agencias espaciales europea ESA y canadiense CSA, el James Webb se distingue en más de un aspecto.
El tamaño de su espejo, de 6,5 metros de diámetro, le confiere tres veces más superficie y siete veces mayor sensibilidad, suficiente para detectar la señal térmica de un abejorro en la Luna.
Otra diferencia es su modo de observación. El Hubble escruta el espacio a través de la luz visible, pero el James Webb se aventura a una amplitud de onda que escapa al ojo humano: el infrarrojo cercano y medio, una radiación que emite naturalmente todo tipo de cuerpos, desde astros a humanos o flores.
Esta luz será estudiada por cuatro instrumentos, equipados de procesadores de imágenes y espectrómetros para diseccionarla mejor. Su desarrollo ha movilizado a multitud de ingenieros y científicos dirigidos por laboratorios e industriales estadounidenses y europeos.
Gracias a ello, “mirando los mismos objetos (que con Hubble), veremos cosas nuevas”, explicó en París el astrónomo Pierre Ferruit, uno de los científicos a cargo del telescopio para ESA.
Entre ellos están las primeras galaxias, objetos cuyo alejamiento ha hecho que su luz se traslade hacia el rojo. O las jóvenes colonias de estrellas, que crecen camufladas por nubes de polvo. O incluso la atmósfera de exoplanetas.
Una condición imprescindible para el buen funcionamiento del James Webb es una temperatura ambiente tan baja que no complique el examen de la luz.
Si orbitara a 600 km de la Tierra como el Hubble, el nuevo telescopio sería inutilizable, caldeado por el Sol y su reflejo sobre la Tierra y la Luna.
Por ello emprenderá un viaje a 1,5 millones de kilómetros de nuestro planeta, protegido de la radiación solar por un escudo térmico que disipará el calor y reducirá la temperatura (que es de 80º C) a -233º C.
Un difícil despliegue
Pero antes de llegar allí, la máquina debe desplegarse sin fallo, con una serie de operaciones que implican, por ejemplo, 140 mecanismos de apertura, 400 poleas y casi 400 metros de cables solo para el escudo protector.
Y es que el telescopio, con 12 metros de alto y un parasol con la talla de una cancha de tenis, tuvo que plegarse para ser colocado en la nave Ariane 5.
El encapsulado se realizó guiado por láser para evitar cualquier daño al instrumento, cuyo desarrollo costó casi 10.000 millones de dólares.
Durante estas maniobras, la NASA impuso medidas draconianas de limpieza para evitar cualquier contaminación del espejo del telescopio, por partículas o simplemente el aliento de un operario.
Además, la sobrecubierta de Ariane se equipó con un sistema de despresurización a medida para evitar que un cambio de presión dañe al telescopio en el momento de separarse de la lanzadera, a 120 km de altitud.
“Para un cliente excepcional, medidas excepcionales”, dijo el jueves un responsable de ESA en Kourou.
Después de 27 minutos del lanzamiento se conocerá si la fase de propulsión del vuelo se desarrolló correctamente, lo que afianzará un poco más la cooperación entre la NASA y sus socios europeos.
En el espacio, “una fuerte cooperación es indispensable para conseguir grandes cosas”, señalaron responsables de ambas agencias en Kourou.
Pasarán semanas para saber si el telescopio está listo para funcionar. Y no será hasta junio que comience su exploración de los confines del espacio.