Don Arnoldo García, encargado del área cultural, del Cementerio General, ubicado en la zona 3, relata la historia de La Niña de Guatemala, la que murió de amor, en ocasión de conmemorarse el Día de Todos los Santos y el Día de los Fieles Difuntos.
La Niña de Guatemala
María García Granados y Saborío, también conocida como La Niña de Guatemala, nació en la Ciudad de Guatemala en 1860 y falleció el 10 de mayo de 1878.
Era una dama de la sociedad guatemalteca, hija del general Miguel García Granados, quien fue presidente de Guatemala, y cuya residencia servía de tertulia para los artistas y políticos de la época.
Alrededor de 1877, José Martí, el poeta cubano, llegó a Guatemala invitado por el presidente Miguel García Granados a compartir su tertulia familiar.
El apuesto joven, tuvo la oportunidad de trabajar en la academia de la cubana Margarita Izaguirre, a la cual asistía María García Granados. Allí se conocieron.
Con el tiempo, María y José se enamoraron con gran pasión. Pero Martí ya estaba comprometido con Carmen Zayas Bazán, con quien se casó tiempo después en México.
Esto afectó a la joven María. Su tristeza tal, que presentó deterioro en su salud, hasta que falleció.
Esto causó gran tristeza a José Martí, quien le dedicó un poema La Niña de Guatemala. Dice:
Quiero, a la sombra de un ala,
contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.
Eran de lirios los ramos,
y las orlas de reseda y de jazmín:
la enterramos en una caja de seda.
…Ella dio al desmemoriado, una almohadilla de olor:
Él volvió, volvió casado: Ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas Obispos y embajadores
detrás iba el pueblo en tandas, todo cargado de flores.
…Ella, por volverlo a ver, salió a verlo al mirador.
Él volvió con su mujer: Ella se murió de amor.
Como de bronce candente al beso de despedida
Era su frente ¡la frente Que más he amado en mi vida!
…Se entró de tarde en el río, La sacó muerta el doctor.
Dicen que murió de frío: Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada, La pusieron en dos bancos
Besé su mano afilada, besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer, me llamó el enterrador.
¡Nunca más he vuelto a ver a la que murió de amor!