Sonriente, con trajes de gala y bandas de reina de belleza ecuatoriana. Así aparece en las fotos que adornan la sala familiar, pero en su cuarto, Jhajaira trata de asimilar su nueva imagen: la de una exmodelo con prótesis ocular. Una bomba lacrimógena le sacó un ojo durante una protesta en Ecuador.
Jhajaira Urresta delinea de negro sus párpados y se esmera en el cuidado de sus uñas. Quiere convencerse de que con un buen maquillaje podrá sobrellevar mejor lo ocurrido hace cuatro meses, cuando salió a protestar con su cacerola.
Pero su voz se quiebra cuando le preguntan si se siente menos bella. “Sí”, contesta sacando fuerzas. “He sido modelo profesional, también profesora de modelaje, y ya no es lo mismo. Realmente a mis 27 años me quitaron muchas plumas de mis alas”, comenta atajando el llanto.
Las violentas manifestaciones de octubre, que estallaron contra la eliminación de subsidios a los combustibles, llevaron al gobierno incluso a movilizar a los militares.
Según la Defensoría del Pueblo, una decena de civiles murieron y 1.340 heridos resultaron heridas. En Jhajaira, dejaron un “hueco” según su propia descripción, que ahora llena una prótesis estética.
El gobierno no se ha pronunciado sobre ningún caso de víctimas registradas durante la crisis social, pero sostiene que 435 policías y 80 militares resultaron heridos.
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Un párpado casi estático y el movimiento lento de la prótesis delatan la ausencia del globo ocular, que fue vaciado por los médicos debido a los daños causados por el fuerte golpe de la bomba que, según la versión de la exmodelo, fue disparada por un policía.
Jhajaira confiesa que en las mañanas se desespera. “Es terrible porque aún no me adapto al momento de abrir los ojos y despertar. Aún me olvido que no tengo un ojo, entonces no entiendo por qué no puedo ver para el lado izquierdo”, cuenta.
Coronas y un cartucho de bomba
Jhajaira participaba en un cacerolazo en Quito en medio de un toque de queda cuando, según denuncia, un policía disparó una bomba lacrimógena que impactó su ojo izquierdo. Entonces, sintió que sus dientes “bailaban” y que la sangre brotaba.
“Eran como mollejas de pollo que colgaban de mi cara y el ojo (estaba) colgando”, señala esta comunicadora, que está desempleada.
Tras el incidente, interpuso una demanda ante la Fiscalía, en la que acusa al Estado ecuatoriano de uso excesivo de la fuerza.
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Junto a sus bandas y coronas de fantasía, Jhajaira guarda el cartucho de una bomba lacrimógena que su padre halló en el lugar donde fue herida. En su vivienda también hay fotografías suyas en concursos de belleza luciendo trajes de gala.
Al mirar las cintas como la de candidata a reina de la capital, sonríe con nostalgia. Recuerda que desde los cinco años participó en desfiles. Ahora “caminando rápido, no se nota” la prótesis, bromea.
En el registro de heridos de la Defensoría del Pueblo, que debe ser validado por una Comisión de la Verdad, consta que 17 civiles sufrieron lesiones permanentes en sus ojos y la pérdida de la audición durante las manifestaciones.
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Las casi dos semanas de protestas, que dejaron daños por 821 millones de dólares, cesaron luego de que el presidente Lenín Moreno derogara las medidas económicas acordadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
“La bombardeada”
Jhajaira sostiene que la noche que sufrió la pérdida del ojo y fracturas en la órbita protestaba pacíficamente contra el desabastecimiento generado por los cortes de ruta junto a sus vecinos del tradicional barrio de La Tola, en el centro de Quito. “Lo que pedíamos era paz y queríamos comida”, señala.
El impacto de la bomba lacrimógena le dejó un sobrenombre.
Su aparición en medios locales usando primero un parche la hizo presa de la curiosidad de algunas personas que en la calle la miraban “fijamente” y murmuraban sobre su apariencia.
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“Decían: la señora del bombazo. Ese apodo me lo gané. O era tan grosera la situación e íbamos a la Fiscalía y los policías se codeaban y decían la bombardeada”, cuenta.
Aunque le quedó el apodo, ya no es la misma mujer rota de los días siguientes a la tragedia. La prótesis le devolvió la sonrisa.”¡Ay qué hermoso volver a verme completa!, ya no ver un hueco”, se emociona cuando recuerda su primera impresión frente al espejo.
“No es que perdimos un órgano. No saben la mutilación del alma que nos dejaron”, dice Jhajaira.
“No sé si este fue un método para a todos tenernos marcados e identificarnos, no sé si este fue un método para reprimirnos más el corazón y que tengamos miedo”.
*Con información de AFP.