19 abril, 2024 | 6:22 am
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Sacapulas corre a sus toros en el tradicional Sábado de Gloria

Una tradición única en Guatemala en la que centenares de personas corren delante de un grupo de toros para quemar a su particular "Judas" de trapo.

“¡Ya llegó la hora de los toros!”. Esta frase marca la señal de una tradición única en Guatemala en la que centenares de personas corren delante de un grupo de toros para quemar a su particular “Judas” de trapo y así extirpar las malas energías.

Cada Sábado de Gloria en Sacapulas, un pequeño pueblo entre las escarpadas montañas de Quiché, un grupo de entusiastas vecinos comienza desde primera hora de la mañana a llevar a la plaza varios toros que han conseguido en la aldea. A uno, por su blanco roto, lo llaman “Le Blanc”.

Los amarran con cuerdas y les ponen agua mientras por la megafonía empieza a sonar el testamento de la fiesta: una voz casi mecánica recuerda a los asistentes los peligros de esta cita cultural y religiosa y pide tener especial precaución con los niños.

“Cada quien a cuenta y riesgo. Estamos acá porque nos gusta, para mantener la tradición”, resuena entre la plaza mientras el mayor de los Bomberos Voluntarios, Carlos Mendoza, insiste en la precaución y la prevención para evitar cualquier incidente en este particular encierro.

Todos están advertidos para vivir esta lucha entre el humano y sí mismo y no con la bestia, sino con esos pecados y malas vibraciones que intentan expulsar y quemar con una tradición que se remonta décadas atrás, aunque no se conoce la fecha exacta. Puede que cincuenta años, otros dicen que setenta. Quizá más.

Cinco jóvenes empiezan a preparar al toro más oscuro, casi como el café. El animal agacha la cabeza, parece calmado pero está ojo avizor. Sobre su lomo, a modo de jinete, intentan colocar un Judas de Trapo pero se revela: levanta sus patas traseras y lanza el muñeco por el aire. Al tercer intento lo consiguen.

El toro abre la boca, saca su lengua, respira fuerte y se le cae una baba blanca y espesa por el lado derecho mientras atan a Judas y colocan en la cola del animal una hilera de cohetes. Los encienden y tras el estallido comienza el encierro, la desenfrenada carrera.

Dentro de la plaza el sentimiento es otro. A algunos la sangre se les va de la cara al ver al toro y escuchar sus bramidos. Otros lo miran desde la verja que protege la iglesia y los más privilegiados están en lugares altos, como un balcón.

Con paso orgulloso pero sereno, la gente intenta aparentar que esto de correr ante los toros es algo que hacen todos los días, después del café y los huevos con frijol. Pero la emoción y la adrenalina se palpa en el ambiente.

“Vamos, vamos”, le grita al astado Carlos, un joven de poco más de 20 años que lleva desde los cinco corriendo ante estos animales: “Es una tradición que da vida al pueblo. Mi padre me enseñó y yo a mis hijos”.

La emoción se ve en la mirada. “No lo agarren, no le peguen”, grita uno de los mozos mientras los laceros le lanzan la cuerda para amarrarlo. Un par de señores ya ancianos se caen al suelo en este pueblo de la tierra de la sal negra, una de sus mayores fuentes de ingreso y que se produce a las orillas del río Chixoy.

La gente corre, mira hacia delante pero también hacia atrás. Gritan. Se escuchan los cascos del toro sobre la calle y el suelo parece que vibra. Los lanzadores atrapan a la bestia con una gran cuerda y la pasean por toda la plaza. Unos minutos antes se sienten los nervios.

Por suerte, cuenta uno de los bomberos a Acan-Efe, este año no hubo mayores incidentes, en una tradición que combina peligro, tensión y alegría y que renueva año con año el valor y la adrenalina.

La pasión y el corazón pueden a la cabeza solo para preservar una costumbre que está marcada en rojo en el calendario para los sacapulteros.

Con información de la agencia ACAN-EFE

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