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Fabuestéreo/ Musicales

A veces, cuando una puerta se cierra se abre un universo entero

Cuando cerramos una puerta no lo hacemos por orgullo ni aún menos por cobardía. Lo hacemos porque ya no encaja lo invertido con lo recibido, porque ya no quedan ganas, porque ya no cuadran los puzzles, los ánimos, los sueños. Es entonces cuando toca cruzar el umbral del miedo para abrir otras puertas.

Ahora bien, aunque estemos más que acostumbrados a oír eso de que cuando «una puerta se cierra otra se abre», existen matices a tener en cuenta. Esas entradas, esos nuevos universos de oportunidades no aparecen por arte de magia. Hay que ir a buscarlos, hay que propiciarlos y poner en marcha determinados mecanismos internos para que esto, suceda.

«La puerta de la felicidad se abre hacia dentro, solo hay que retirarse un poco para abrirla, porque si uno la empuja la puerta se cerrará una vez más»

Todos nosotros padecemos, en ocasiones, la irremediable costumbre de sintonizar el mismo canal emocional: el del sufrimiento, el del apego a lo perdido, al recuerdo de lo no logrado, y al de la amargura de tantas y tantas decepciones vividas. De algún modo, y teniendo presente todo este abismo de complejas emociones, lo que hacemos muchas veces es dejar infinidad de puertas abiertas con el cartel del «por si acaso».

Sin embargo, debemos detenernos a sentir una cosa: la brisa que traen esas puertas entreabiertas. Es un viento frío con olor a tiempo estancado, a lágrimas resecas, a sueños no cumplidos, y donde además, de vez en cuando surgen los ecos de aquellas voces que una vez, nos hicieron daño.

Es necesario cerrarlas, por nuestro equilibrio y salud emocional.

La puerta que no nos atrevemos a cerrar

Antes de hablar de esos universos que se abren detrás de muchas puertas que llevan nuestro nombre, ahondemos primero en las que no hemos cerrado. ¿Qué supone en realidad terminar un ciclo, una etapa, dejar un trabajo o incluso poner fin a una relación?

Significa por encima de todo, saber renunciar, y la renuncia es algo para lo que nadie nos ha preparado. La propia sociedad e incluso la educación que hemos recibido nos han convencido siempre de que podemos tenerlo todo sin renunciar a nada.

Sin embargo, si pensamos en este delicado acto de valentía por un momento, nos daremos cuenta de que el propio acto de madurar, de crecer y de obtener una cierta calidad de vida implica aprender a cerrar puertas, todas esas puertas que nos traían vientos nada agradables.

La propia vida nos obliga a tener que tomar decisiones de manera constante. Porque para ser feliz, no lo olvidemos, hay que tomar decisiones. Ahora bien, si no nos atrevemos a cruzar esos umbrales para dar un portazo definitivo a lo que duele, a lo que no encaja y nos desgasta, a lo que renunciamos es a nuestra propia felicidad.

Porque no lo olvidemos, la felicidad no tiene precio, tiene reglas, y una de ellas es atrevernos a ser valientes. Existir  es al fin y al cabo obligarnos a avanzar, es poner un pie delante de otro, mientras nuestro corazón se abre a las nuevas oportunidades con una dosis de entereza y mucho coraje

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