En el mundo del deporte profesional, la salud mental ha sido durante décadas un tema rodeado de silencio y estigma, donde los atletas son vistos como figuras invencibles que deben soportar presiones extremas sin mostrar vulnerabilidad. Este tabú se origina en una cultura que prioriza el rendimiento físico y la resiliencia aparente, fomentando la idea de que admitir problemas mentales equivale a debilidad. Sin embargo, en los últimos años, especialmente con el aumento de la visibilidad en redes sociales y campañas globales, se ha comenzado a cuestionar esta norma. A pesar de los avances, muchos deportistas aún temen hablar abiertamente por miedo a repercusiones en sus carreras, como pérdidas de contratos o críticas públicas, lo que perpetúa un ciclo de aislamiento y sufrimiento innecesario.
Las consecuencias de este tabú son profundas y multifacéticas, afectando no solo al individuo sino al ecosistema deportivo en general. Atletas bajo constante escrutinio enfrentan estrés crónico, ansiedad y agotamiento emocional, conocidos como burnout, que pueden derivar en problemas más graves como depresión o trastornos alimenticios. Estudios indican que el deporte de élite incrementa el riesgo de estos trastornos debido a factores como lesiones recurrentes, expectativas irreales y la presión mediática. Cuando el tabú impide buscar ayuda, los deportistas optan por automedicarse o ignorar síntomas, lo que a menudo resulta en retiros prematuros o declives en el rendimiento. Romper este silencio no solo beneficia la salud personal, sino que también mejora el bienestar colectivo, promoviendo entornos más empáticos en equipos y federaciones.
Ronald Araújo, el caso más reciente sobre la salud mental
En 2025, varios casos destacados han ilustrado la urgencia de abordar este tema, mostrando que incluso estrellas consolidadas priorizan su bienestar mental. Por ejemplo, el defensor uruguayo Ronald Araújo, del FC Barcelona, solicitó una pausa en su actividad deportiva a inicios de diciembre para enfocarse en su salud mental, citando presiones intensas y la necesidad de recuperación psicológica. Araújo planea regresar a finales del mes tras un viaje espiritual, destacando cómo el apoyo del club ha sido clave. Otro caso notable es el de Izzy Starck, una jugadora de voleibol de División 1 en Estados Unidos, quien decidió tomar un año sabático completo para atender su salud mental, un movimiento poco común que podría inspirar a más jóvenes atletas.
Además, la tiradora argentina Fernanda Russo ha compartido públicamente su lucha contra la depresión postolímpica, reforzando la conversación global sobre pausas necesarias. Estos ejemplos demuestran un cambio gradual, impulsado también por campañas como la de Powerade, que promueven contratos con cláusulas para breaks mentales.
Romper el tabú de la salud mental en el deporte no es solo una cuestión de empatía, sino una necesidad estratégica para sostener carreras largas y exitosas. Instituciones deportivas deben implementar programas de apoyo psicológico accesibles, educación sobre el tema y políticas que normalicen las pausas sin penalizaciones. Al final, reconocer la salud mental como parte integral del rendimiento no debilita a los atletas, sino que los fortalece, permitiendo un deporte más humano y sostenible. En un año como 2025, marcado por estos valientes testimonios, el camino hacia la desestigmatización parece más prometedor que nunca.



